July 12, 2014

LA HORA ESPANTOSA DE LA COLMENA

Conoce, al parecer, las leyes fastuosas y algo locas de la Naturaleza en lo tocante al amor.
Así es que, durante los abundantes días estivales, tolera -porque la reina que va a nacer elegirá de entre ellos su amante- la presencia embarazosa de trescientos o cuatrocientos zánganos aturdidos, torpes, inútilmente ocupados, presuntuosos, total y escandalosamente ociosos, bulliciosos, glotones, groseros, sucios, insaciables, enormes.
Pero una vez fecundada la reina, una mañana de esos días en que las flores se abren más tarde y se cierran más temprano, el espíritu de la colmena decreta fríamente su degüello general y simultáneo.

Cuando nuestra joven reina, impulsada por el deseo, se acerca a la región de las grandes cunas, la guardia le abre paso. Presa de furiosos celos, se precipita sobre la primera cápsula que encuentra y, con las patas y los dientes, se esfuerza en romper la cera. Lo consigue, arranca con violencia el capullo que tapiza la morada, descubre a la princesa dormida, y si su rival es ya conocible se vuelve de espaldas, introduce su aguijón en el alveólo y le descarga frenéticamente lanzadas hasta que la cautiva sucumbe a los golpes del arma venenosa.
Entonce se calma, satisfecha por la muerte que pone un misterioso límite al odio de todos los seres, envaina su aguijón, ataca otra cápsula, la abre, para pasar por alto si no encuentra en ella más que una larva o una ninfa imperfecta, y no para hasta el momento en que, jadeante, extenuada, sus uñas y sus dientes resbalan sin fuerza sobre las paredes de cera.

Las abejas, a su alrededor, contemplan su cólera sin participar de ella, se apartan para dejarle el campo libre, si bien a medida que una celda es perforada y devastada, acuden, sacan y echan fuera de la colmena el cadáver, la larva aún viva o la ninfa violada, y se hartan ávidamente de la preciosa papilla real que llena el fondo del alveólo. Luego, cuando la reina extenuada abandona su furor, ellas mismas terminan la matanza de las inocentes, y la raza y las casas soberanas desaparecen.

Esto, con la ejecución de los zánganos, más excusable, constituye la hora espantosa de la colmena, la única en que las obreras permiten que la discordia y la muerte invadan sus moradas. Y, como sucede a menudo en la Naturaleza, son las privilegiadas del amor las que atraen sobre sí los dardos extraordinarios de la muerte violenta.


LA VIDA DE LAS ABEJAS
Mauricio Maeterlinck



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