Uno de cada diez de nuestros niños, poco más o menos, no será heterosexual. Uno de cada diez, pensadlo.
Pero todos nuestros niños crecen con libros, películas y series de televisión que muestran casi exclusivamente relaciones sentimentales entre chicos y chicas. El interés romántico convencional lo tienen hasta en la sopa, incluso en productos pensados para niños tan pequeños que ni siquiera procede que aparezca.
En cambio, apenas hay referentes culturales de chavales descubriendo que a ellos le gustan los chicos siendo chicos, o las chicas siendo chicas, o determinadas personas por como son, independientemente de si son chicos o chicas.
Pensad en lo que leen, ven en la televisión o el cine, los besos que les muestran en pantalla o en los libros. Van apareciendo pinceladas, personajes secundarios, destellos… Prometedor, pero insuficiente aún.
No solo faltan referentes culturales. Abrir los apolillados armarios deportivos, que parecen los del Hollywood de los años cincuenta, vendría muy bien para la autoaceptación de muchos chavales, para normalizar las cosas, que ya va siendo siglo. Aunque ese es otro tema.
A nuestros niños, cuando empiezan a entrar en ese complicado periodo de encontrar la propia identidad y sentirse a gusto con ella, el aplastante dominio de la relación hombre-mujer transmite que todo lo demás no es normal, que es rara. Les cala que hay que rechazarlo cuando aflora, rechazando al tiempo lo que uno es. Le crea inseguridades, les empuja a ocultarlo, a avergonzarse. Les deja en las tinieblas de cómo demonios se maneja el descubrimiento de que siendo Carmen, me gusta Cristina; o que siendo Héctor, me gusta Carlos…
Piedras en el camino de crecer feliz y queriéndose a uno mismo.
Y todos los padres deberíamos querer que nuestros hijos crezcan felices y queriéndose, por encima de cualquier otra expectativa.
MADRE CRECIENTE (¿de luna?)
MADRE CRECIENTE (¿de luna?)
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