Vivimos una ansiedad compulsiva por la comunicación y la información, pero solo caracterizada por su simplicidad y superficialidad, la cual nos provoca una insatisfacción que nos lleva al deseo apremiante de "ingerir" más información, más búsquedas de Google, más comentarios de Facebook, más actualizaciones de nuestro correo electrónico.
Y lo grave es que, en el fondo, sabemos que todas esas informaciones son triviales y ninguna urgente; se trata de información atractiva, divertida y frívola que, como si fuéramos niños, agradecemos porque nos permite desconectar de las tareas sin sentimiento de culpa.
Cada vez que encendemos el ordenador, nos sumergimos en un "ecosistema de tecnologías de la interrupción" como afirmó el escritor y bloguero Cory Doctorow quien elaboró unas recomendaciones para desenvolverse en el marasmo informativo. Una de ellas fue la siguiente:
El mayor obstáculo para la concentración es el ecosistema de tecnologías interruptoras de su ordenador: la mensajería, las alertas de correo electrónico, las alertas RSS, el timbre de Skype... Todo lo que exige de usted una respuesta, incluso de forma inconsciente, ocupa su atención. Cualquier cosa que aparece en la pantalla para anunciarle algo nuevo, la ocupa también. Cuanto más acostumbre a sus amigos y familiares a que usen el correo electrónico, el muro de mensajes o tecnologías similares -que le permiten reservar su conversación para sesiones programadas de antemano en vez de que lo importunen en cualquier momento-, más fácil le será encontrar sus 20 minutos. Haga todo lo posible por programar un chat cuando lo necesite -ya sea de voz, de texto o por videoconferencia-, porque si deja abierta su mensajería instantánea es como si se pusiese a trabajar con un gran cartel encima de su escritorio que parpadea la palabra DISTRÁEME con letras luminosas para que todo el mundo se entere.
¿Acaso nos gustaba que el cartero llamara al timbre para avisarnos de que nos llegaba una carta? Preferíamos que sencillamente la introdujera en el buzón y la recogeríamos cuando saliésemos a la calle. Con el nuevo hábito de la simultaneidad de tareas hemos arrinconado la tradición intelectual de solitaria concentración como tarea única. Ya dijo Séneca hace dos mil años que "estar en todas partes es como no estar en ninguna". Los tiempos aquellos en que uno desconectaba el teléfono para que no le molestaran o el profesional decía a la secretaria "no me pase llamadas" ya no son de este mundo. El teléfono móvil inauguró la moda de que a uno se le podía interrumpir en cualquier situación. La gente atiende el móvil mientras está en la consulta del médico, durante una conferencia, en una comida familiar. Lo mismo sucede con los SMs y los WhatsApp: cualquiera interrumpe una conversación física para ver lo que ha llegado. Sería impensable que nuestro interlocutor nos dijera: "perdona, debo ir al buzón postal a ver si me ha llegado una carta" o "voy a escuchar el contestador de mi teléfono". Sencillamente, cuando salía o entraba en casa miraba el buzón de correos en el portal y al llegar a casa escuchaba el contestador del teléfono fijo. Hace años existían unos aparatos que permitían escuchar los mensajes de nuestro contestador llamando a casa desde cualquier teléfono. Nadie los utilizaba a lo largo del día; se reservaban para cuando se viajaba fuera durante varias jornadas. Ahora, la presión social para atender y estar disponible para la comunicación incesante e innecesaria la tenemos asumida. Antes tardábamos varios días en responder a una carta; ahora se considera de mala educación responder a un correo electrónico dos días después. Si nos llamaban por teléfono a casa y no lo cogíamos no pasaba nada; hoy, no atender llamadas del teléfono móvil es sinónimo de antipatía o nos presenta como unos irresponsables que hemos olvidado el teléfono e incluso tenemos que dar excusas cuando nos localizan. Estar fuera de la "visibilidad" del móvil nos convierte en algo sospechoso. Igualmente, verse acosado por llamadas constantes se interpreta como un signo de importancia en la jerarquía social. Las llamadas sin duda molestan, pero al parecer compensan, porque se interpreta que demuestran que estamos muy solicitados: "me llaman, luego existo".
Alguien podría alegar que estas interrupciones tecnológicas-informativas son homologables a las que podemos tener en una oficina cuando nos interrumpe con algún comentario -profesional o personal- el compañero de la mesa de al lado. Es verdad que se trata de una interrupción similar, pero nadie discutirá que las dinámicas interruptoras de hoy son mucho más frecuentes y absurdas.
Los psicólogos ya hablan de sobrecarga cognitiva, una sobrecarga que afecta al equilibrio de las personas: no pueden ir de vacaciones sin consultar su correo, no comen en un restaurante sin atender su teléfono móvil, no disfrutan de su entorno familiar porque asumen cualquier interrupción en el chat de su ordenador portátil...
La razón es que esos libros se ofrecían en un marco, y este era sereno, plácido, sosegado. No nos estaban presionando y acosando como sucede ahora; no teníamos la sensación de urgencia para recibir su información; sabíamos que contenían conocimientos que podían esperar a mañana. Sin embargo, la mayoría de la información de hoy responde a intereses y presiones de diferentes sectores sociales, grupos de presión, movimientos, colectivos, líderes de opinión...
Ya sabemos que el 39% de los usuarios de redes pasa más tiempo socializando a través de estos canales que con otras personas cara a cara. Y en cuanto a las motivaciones que los llevan al uso de las redes y a los contenidos y temáticas que los ocupan, el exhibicionismo de la intimidad, la vanidad y el egocentrismo priman en redes como Facebook por encima del interés por formarse cultural o intelectualmente.
Laurie Quellette, profesora de Estudios de la Comunicación en la Universidad de Minnesota y experta en telerrealidad, considera que actualmente hay más adolescentes que se sienten presionados para crearse una identidad más amplia, como hacen los famosos que ven representados en los medios de comunicación nacionales.
MySpace, Facebook, Second Life y los blogs que se multiplican como homgos son para la gente normal el equivalente a la revista ¡Hola! y a los innumerables templos menores de culto a la celebridad: una copia sin duda alguna inferior (puesto que ofrece una identidad más limitada) aunque de ella se espera que haga con los sueños de la gente normal lo mismo que ¡Hola! hace con la ambición de los héroes de sus reportajes.
Si ahora ya estamos aprendiendo a no enviar o responder a los correos electrónico de forma precipitada para no arrepentirnos, parece que algunos necesitarán años para no enviar tuits irreflexivos e infantiles que van a ser leídos no por un solo destinatario, como en el correo, sino quizá por miles de seguidores en Twitter.
Su comportamiento civil debe ser impecable las veinticuatro horas del día, porque los empleadores le estarán fiscalizando siempre. Nada de incorrección política, nada de extremismo, nada de lubricidad o humor corrosivo. El nuevo panóptico, la nueva presión, se llama Facebook. Quien se pase con sus opiniones o con sus deseos quedará marcado a bit y fuego como "poco empleable".
La alteración de las comunicaciones en internet y la telefonía móvil por parte del aparato del Gobierno exacerbó la agitación popular, movilizó a ciudadanos que todavía no se habían movilizado y promovió los contactos "de carne y hueso" que favorecieron la apropiación del espacio público.
Y es que, en demasiadas ocasiones, los medios sociales han favorecido la movilización política, pero no mediante la verdad, lo que les puede hacer más peligrosos que liberadores. Por ejemplo fueron falsos rumores respecto a la muerte violenta de un estudiante de 19 años los que encendieron la mecha de la Revolución de Terciopelo de Praga. Asimismo, la caída del Muro de Berlín se debió -al menos en parte- a una declaración engañosa durante una conferencia de prensa difundida por las ondas de la televisión de Alemania del Este, que incitó a los manifestantes a pasar libremente hacia Berlín Occidental.
Por otra parte, de coordinar convocatorias a formar política e ideológicamente, elaborar propuestas políticas alternativas o preparar planes de acción a medio plazo hay un gran paso. Y para esto último no están sirviendo las redes sociales.
A pesar de ser aparentemente tan diferentes, los grandes medios de comunicación tradicionales y las redes sociales coinciden en no poder -o no querer- explicar el mundo. Los primeros porque tienen como objetivo editorial no informarnos, y los segundos porque, como hemos visto, operan con un formato estructural incompatible con la información y el conocimiento complejo.
Se trata del perfecto pensamiento tomado de la "computación en nube" como lo llamaban los informáticos y que ofrece internet, un totum revolutum sin una estructura organizada, sin jerarquías ni disciplina. No existía un mecanismo vinculante de toma de decisiones, se debatía un asunto, se votaba y se determinaba que cada uno hiciera lo que le pareciera oportuno. Es decir, la constatación perfecta en la movilización ciudadana del modelo de información, pensamiento y funcionamiento de las redes sociales: impulso, inmediatez, brevedad, horizontalidad, libertad total de participación (todos pueden hablar durante el tiempo que quieran y sobre lo que quieran), culto al individualismo y estigmatización de la organización (no se permitían símbolos de partidos políticos ni de sindicatos), fascinación por la tecnología (sus manifestaciones en la calle se las pasaban tuiteando), rechazo y ruptura con los tiempos pasados (no reconocían la trayectoria de otras organizaciones o personas que llevaban años movilizadas), ausencia de pensamiento complejo (el pensamiento estrella eran los eslóganes) e inoperancia (el poder político y económico no cambió ni una sola de sus decisiones). Las redes son virtuales y el movimiento de los indignados era real, pero la estructura de estos últimos era igual de frágil que la virtual de las redes: son formas de movilización que crecen y se extienden como la pólvora hasta hacerse muy grandes pero no se consolidan, no se estabilizan, precisamente como un grupo de Facebook ("se aglomeran con motivo de un suceso, se funden para una protesta explosiva, se agregan bajo una sombra del viento, una concentración rock o una denucia personalizada.. después se deshace el armazón hasta una próxima eventualidad humanitaria")
(Nota de Jorge: ¿Y en las Elecciones Europeas del 25 de mayo sale Podemos con 5 eurodiputados y acaban con el bipartidismo PPSOE...y gana la izquierda por esta Indignación con las instituciones políticas y el sistema?
Se nos intenta convencer de que los nuevos avances tecnológicos, las redes sociales y los nuevos formatos informativos son solo técnica y avances, nunca existe ideología, y si la hay es progresista y popular.
Otro mensaje ideológico que transmite el culto a las novedades tecnológicas es "hacernos creer que la innovación técnica y la novedad histórica y social son un mismo y único hecho". Un progreso que solo puede ser lineal, solo podemos ir hacia adelante, y eso es la innovación. De ello deducimos que, hasta el momento de la existencia de la nueva técnica, vivíamos una era de privación que, felizmente, hemos superado. Se trata, por tanto, de un mensaje ideológico claro de signo no reaccionario (no queremos ir hacia atrás), pero sí conservador, porque nos instala en el mejor de los mundos, en la sensación de que vamos bien.
A todo lo anterior podemos añadir los intereses empresariales de los consorcios de fabricación de teléfonos móviles, la industria de la informática y las operadoras de telefonía e internet. En conclusión, una vez más, detrás de las empresas de los nuevos formatos de comunicación están los grandes grupos de inversión mundiales junto con algunos multimillonarios de la nueva economía; es fácil deducir la ideología que promoverán.
Eso que el filósofo Stiegler ha llamado la "proletarización del tiempo libre", es decir, la expropiación no solo de nuestros medios de producción, sino también de nuestros instrumentos de placer y conocimiento, representa el mayor negocio del planeta. El sector de los videojuegos, por ejemplo, mueve 1.400 millones de euros en España y 47.000 millones de dólares en todo el mundo; el llamado "ocio digital", más de 177.000 millones de euros; la "industria del entretenimiento" en general -televisión, cine, música, revistas, parques temáticos, internet...- suma ya 2 billones de dólares anuales. "Divertir" quiere decir: separar, arrastrar lejos, llevar en otra dirección. Nos divierten. "Distraer" quiere decir: dirigir hacia otra parte, desviar, hacer caer en otro lugar. Nos distraen. "Entretener" quiere decir: mantener ocupado a alguien en un hueco donde no hay nada para que nunca llegue a su destino. Nos entretienen. ¿Qué nos roban? El tiempo mismo, que es lo que da valor a todos los productos, mentales o materiales.
El nuevo modelo informativo no busca informarnos sobre el mundo, sino construir el mundo mediático (Baudillard) y hacernos olvidar el mundo real. Las imágenes televisivas, en lugar de provocar el movimiento en nuestros sofás, logran sedarnos por trágicas que sean. Hasta la noticia o la información que debería empujarnos a la reflexión es atropellada inmediatamente por la siguiente.
Señala Antonio Baños Boncompain en Posteconomía que "las posibilidades de vivir en una sociedad sumisa y esclavizada no disminuyen por el hecho de que pasemos el dedito por el lomo de un smartphone".
Que la información que se adquiere aparentemente gratis en internet no lo es del todo. Que al no pagar los contenidos informativos, su valor procede de la intencionalidad oculta de esos contenidos y no de la información que nos proporcionan. De esta forma, son las fuentes interesadas las que ocupan el lugar del profesional que cobraba por su trabajo. Un ejemplo es el caso del Huffington Post donde los columnistas no cobran, según argumenta el medio, porque escribir les proporciona una visibilidad que les resulta beneficiosa. Esa "visibilidad" no es otra cosa que la promoción de una determinada ideología, imagen o interés. Por supuesto, es lícito que lo hagan, pero el valor informativo y la profesionalidad periodística desaparecen; no se puede calificar ese fenómeno de libre circulación de la información.
Como resultado de todo lo anterior, lo valioso ya no es la información, sino las audiencias. Lo que se cotiza no es la calidad de la información, sino las cifras de lectores o espectadores que tiene un medio. Si nos fijamos bien, comprobaremos que lo que venden los medios no es buen contenido informativo: ellos venden audiencias. Una cadena de televisión ofrece anuncios de veinte segundos más caros que otra porque la primera pone como principal valor tres millones de espectadores frente al millón de la otra. Creemos que ellas nos ofrecen contenidos a nosotros y lo que ofrecen son espectadores a las empresas anunciantes. Ponga su publicidad aquí, que yo tengo a cien mil personas a las que coloco esta miserable revista.
Incluso en el caso de los contenidos supuestamente irreverentes y subversivos de nuestros medios alternativos debemos recordar que solo pueden tener sentido si su objetivo es la transformación del mundo; de otro modo, como también nos descubrió Debord, estarán condenados a convertirse solo en espectáculo.
LA COMUNICACIÓN JIBARIZADA
Pascual Serrano
May 28, 2014
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment