La serrana de Tormantos, de la Vera o del Monfragüe es un personaje de un mito muy extendido por toda Extremadura,
especialmente en la zona de Monfragüe por los riberos del Tajo y por el Valle del Jerte y la Vera,
de donde se la supone originaria y donde pervive el personaje en toda su
dimensión mítica, al igual que por otras zonas, donde es conocida por haberse
extendido las versiones del romance de la Serrana por toda la Península Ibérica (incluyendo Portugal)
y el Archipiélago Canario.
Se trataría de una hermosa
mujer con apariencia de cazadora o de amazona de fuerza sobrehumana y ciertas
características sobrenaturales que vive en los montes y lleva a los hombres con
los que se cruza a su cueva para matarlos (a menudo después de emborracharlos
y/o tener sexo con ellos) y guardar los huesos en la cueva.
Posee cierta relación con
la tradición de las "serranillas" medievales, a lo que se añadirían
otros componentes míticos para forjar el mito actual de la Serrana.
El personaje ha acabado
derivando en diversas manifestaciones, pudiéndose distinguir entre la Serrana de la Vera como mito, la Serrana como personaje
de los romances, la Serrana de las diversas interpretaciones de dicha tradición
oral y la Serrana como personaje de la literatura (especialmente del Siglo de Oro).
En un ensayo de Julio Caro
Baroja sobre la
Serrana se planteaba la cuestión de no muy difícil solución sobre si la Serrana
era una realidad histórica mitificada o un mito transformado en realidad
historificada. Multitud de estudiosos han interpretado a la Serrana de forma
histórica e incluso han tratado de buscarle una identidad histórica de carne y
hueso a la Serrana. Algo que en algunos casos ha asumido el pueblo, que, en las
zonas donde el mito se halla más arraigado, lo mismo otorga características
sobrenaturales a la Serrana parecidas a las de otros seres mitológicos de otras
culturas, que habla de conocer la identidad de la Serrana, en qué época vivió,
en qué casa o cuál era su familia. En cambio, algunos estudiosos actuales
señalan su probable origen mítico primitivo, como ya apuntó Caro Baroja.
Isabel de Carvajal, La serrana de la Vera
Se atribuye la existencia de La serrana
de la Vera al pueblo de Garganta la Olla,
en el cual vivía familia Carvajal, a la que pertenecía Isabel. Esta iba a
casarse con un sobrino del obispo de Plasencia; sin embargo, este hecho
comprometía su carrera eclesiástica, y en el último momento la abandonó,
condenando a Isabel y a su familia a la deshonra eterna. Desde aquel momento, y
como venganza, Isabel abandonó su hogar y se lanzó a la sierra, donde repudió a
todo hombre. Los arrastraba a la fuerza a su cueva, en la que después de
gozarlos los mataba. Cabe reseñar que en conmemoración a las víctimas que
murieron a manos de la Serrana de la Vera, se erigió una cruz en lo alto de la
torre de Garganta la Olla. Además, también en esta
localidad, puede verse la casa de la familia Carvajal, donde vivió la Serrana
hasta el momento de su deshonra.
La Serrana de los
romances
El comienzo de los romances suele situar
a la Serrana en Garganta la Olla en la Vera de
Plasencia. En ciertas versiones se la localiza en las Sierras Garganta la Olla cerca
de la linde con Piornal, pero nunca en dicha localidad. Así aparece en una
versión cántabra, de Salceda, recogida por José María de Cossío:
“Entre Piornal y Garganta,/ no muy lejos
de Plasencia,/ relatan viejos romances/ una historia verdadera…”
Otras versiones romancísticas que no
presentan muchas diferencias con el resto la ubican, de forma más imprecisa, en Sierra Morena,
quizá un añadido que concuerde con la rima “é-a” del romance. De hecho en la
mayoría de las versiones andaluzas del romance se la ubica en tierra cacereña.
Normalmente en los romances no aparece
caracterizada de forma monstruosa, sino como una hembra de gran belleza, aunque
en algunas versiones andaluzas se afirma que posee cuerpo mitad yegua y mitad
mujer, concordando con las versiones en que la serrana al final del romance
desvela haber nacido de una unión entre ser humano y yegua:
“De cintura para arriba/ de persona
humana era;/ de cintura para abajo/ tiene estatura de yegua...”
Suele llevar el pelo suelto y largo
hasta los pies, aunque en otras versiones lleva la cabellera trenzada bajo la
montera.
Son escasas las descripciones en que se
la hace parecer fea o desproporcionada, pero éstas existen sin duda, como la
mencionada versión cántabra de Cossío:
“Es hombruna y zanquilarga,/ membruda y
ojimorena…”
Viste falda corta y va provista con
todos los pertrechos de una cazadora que recorre a pie los montes, ya arcos y
flechas o bien una honda, o incluso una escopeta (en añadidos que se suponen más
recientes).
En las versiones altoextremeñas se
menciona cómo se complace en satisfacer sus necesidades naturales:
“Cuando tiene gana de agua/ se baja pa
la ribera;/ cuando tiene ganas de hombres/ se sube a las altas peñas…”
No parece, sin embargo, ninfómana,
aunque tratar de calmar su instinto sexual le traerá problemas, incluyendo su
apresamiento.
Entonces aparece el “intruso” en el
romance, que lo mismo puede ser un pastor que un leñador, un arriero o un
soldado. Éste entra en los dominios de la serrana, que le corta el paso.
Después lo conduce hasta su cueva, le manda hacer lumbre (en ocasiones con
huesos de hombres que ella misma ha matado), le hace beber de una horrible
calavera que anticipa el destino que le aguarda:
“--Bebe, serranillo, bebe,/ agua de esa
calavera,/ que puede ser que algún día/ otros de la tuya beban.--…”
Le sirve de comida piezas que ella ha
cazado por el monte. Tras la cena se toman una pausa en que el intruso toca la vihuela o el rabel hasta que la
serrana cae dormida. Unos romances atribuirían esta somnolencia a la astucia
del huésped y su habilidad con el instrumento, pero la mayoría lo explican con
los posteriores de un intuitivo encuentro amoroso al terminar el musical,
poniendo bien de manifiesto el ímpetu erótico de la serrana. Sea como fuere el
huésped, que tuvo la precaución de dejar la puerta entreabierta, trata entonces
de escapar:
“Dióme yesca y pedernal/ para que lumbre
encendiera/ y mientras que la encendía/ aliña una grande cena./ De perdices y
conejos/ su pretina saca llena,/ y después de haber cenado/ me dice: --Cierra
la puerta.—/ Hago como que la cierro,/ y la dejé entreabierta:/ desnudóse y
desnúdeme/ y me hace acostar con ella./ Cansada de sus deleites/ muy bien
dormida se queda,/ y en sintiéndola dormida,/ sálgome la puerta afuera.”
Cuando la serrana despierta, el mozo se
encuentra en plena huida. El mozo corre despavorido sin mirar atrás. De nada
sirve que la serrana le despoje de la montera con una piedra de su honda o de
alguna forma similar y le sugiera que pare a recogerla. Tampoco el mozo parece
muy dispuesto a seguir las advertencias de la serrana de que no descubra su
cueva. Pese a sus amenazas, se muestra decidido a denunciar a la serrana en
cuanto regrese a un poblado.
Aquí en algunas ocasiones la serrana
detalla su condición genética, fruto de una unión entre un pastor y una yegua.
Sin embargo, en otras versiones esos versos se tornan en maldición amenazante
dirigida al joven:
“--Anda, reanda, villano,/ que me quedas
descubierta,/ que mi padre era un pastor/ y mi madre era una yegua;/ que mi
padre comía pan/ y mi madre pacía yerba.”
“--Por Dios te pido, serrano,/ que no
descubras mi cueva./ --No la descubriré, no,/ hasta que no esté en mi tierra./
--Te echaré una maldición/ si acaso la descubrieras:/ Tu padre será el
caballo,/ tu madre será la yegua,/ y tú serás el potrillo/ que relinche por la
sierra.”
En muchos romances éste es el final de
la historia, sin especificar si la maldición verdaderamente convierte al
tránsfuga y a su familia en caballos. En algunas versiones la serrana se
suicida, y en unas pocas se narra el apresamiento de la Serrana.
El romance de la Chancalaera hurdana sigue el mismo modelo
que el de la Serrana, y posee su misma dimensión mítica.
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