La ola de frío que sacude Estados Unidos está provocando temperaturas históricas en el país. Casi la tercera parte del país estará por debajo de cero, lo que afectará a unos 100 millones de personas. Pero uno de cada diez americanos, unos 30 millones, verán descender los termómetros por debajo de los 30 bajo cero, temperaturas que llevaban años sin verse.
Hay colegios cerrados por todo el país, dificultades para conducir por culpa de las carreteras heladas y cientos de vuelos cancelados por las condiciones climatológicas. De momento el frío ha causado dos muertos en Estados Unidos, uno en Minnesota y otro en el estado de Illinois.
Pero si hay una ciudad que se está convirtiendo en el epicentro del frío, esa es Chicago: el río que atraviesa la ciudad está congelado y las temperaturas no llegarán a cero en toda la semana, con máximas algunos días de quince bajo cero. El gobernador de Illinois, Jay Robert Pritzker, ha avisado de una tormenta que puede ser histórica y el estado ha activado todos los mecanismos de emergencia ante lo que puede llegar.
Ola de frío nacional
Los problemas ya se están dejando sentir y la policía tuvo que esforzarse al máximo para salvar a un hombre que había caído a un lago helado intentando rescatar a su perro, como se puede ver el vídeo que ha subido a YouTube la policía de Chicago.
Son muchos los estados que han decretado el estado de emergencia. En Michigan, la gobernadora Gretchen Whitmer ha advertido a los ciudadanos que limiten su tiempo fuera de casa y estén atentos a los signos de congelación e hipotermia. En Wisconsin, el gobernador Tony Evers ha cerrado decenas de colegios y ha pedido que “todos los activos estatales estén disponibles, incluida la Guardia Nacional”.
En Alabama ha sido la gobernadora Kay Ivey quien se ha dirigido a los habitantes para que se preparen para lluvia, nieve y temperaturas cercanas a congelación: "La tormenta tiene el potencial de afectar a una gran parte de nuestro estado. Eviten viajar si es posible y tengan mucho cuidado en las carreteras".
Gran parte del norte de los Estados Unidos está sufriendo un frío histórico este martes, con nevadas y temperaturas polares de -50 grados que han causado interrupciones en el tráfico aéreo y en la administración.
Ayer lunes se emitió la alerta de frío en varios estados del Midwest (medio oeste), desde Dakota del Norte hasta Ohio, que podrían experimentar las temperaturas más bajas en 20 años, según 'The Weather Channel'. También se espera que el viento polar del noroeste alcance la costa este del país durante esta semana.
El aeropuerto de Minneapolis-Saint Paul bajó hasta los -32 grados Celsius el martes a las 00.25 hora local, según Weather Services (NWS), que esperaba temperaturas negativas en Farenheit (0 Farenheit son -17 grados Celsius) hasta el viernes por la mañana en Las "ciudades gemelas".
Trump ironiza con el cambio climático
El presidente de EEUU, Donald Trump, que cuestiona el impacto de las actividades humanas en el calentamiento global, advirtió a los estadounidenses de la ola de frío a través de Twitter. "En el hermoso Midwest, las temperaturas son tan bajas como -51 grados, las más frías de la historia", escribió, irónicamente, y agregó: "¿Qué diablos está pasando con el calentamiento global? ¿Clima mundial? Por favor, vuelve pronto, te necesitamos! ".
También se espera que las ciudades de Des Moines, capital de Iowa, Chicago y Milwaukee experimenten temperaturas de -29 grados Celsius (-20 grados Farenheit). En Chicago sería la primera vez desde enero de 1994 que baja el termómetro hasta estos niveles, según las estadísticas del canal meteorológico. En el aeropuerto O'Hare ha nevado cada día desde el pasado 17 de enero, 13 días seguidos, rompiendo el récord de 1978-1979. Más de mil vuelos ya se cancelaron el lunes en los dos aeropuertos de Chicago, la tercera ciudad más grande de los Estados Unidos.
El frío, junto con la fuerte nevada, ha provocado el cierre de escuelas en Wisconsin, Michigan, Indiana, Illinois y Iowa. También han cancelado sus actividades centros sociales, iglesias, entre otras instituciones y administraciones.
Las palabras de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal estadounidense, resonaron en la sala de Washington donde se celebraba la reunión del Club Económico. Hablaba, por supuesto, de la deuda. "Estoy muy preocupado", confesó, y añadió que estamos ante "un problema a largo plazo que definitivamente debemos enfrentar, y en última instancia, no tendremos más remedio".
Su mensaje combina maravillosamente con el visionado de la web que cobija los relojes de la deuda en Estados Unidos. En el momento de escribir estas líneas, la deuda pública ascendía a los 22 billones y acumula un billón extra al año. El total, añadida la deuda de las empresas y las familias, asciende a más de 72 billones. Cifras récord, que añaden turbulencias a la incertidumbre si consideramos que el crecimiento de la deuda está coincidiendo con la fase expansiva de un ciclo económico magnífico. Dicho de otra forma, ni siquiera en momentos de bonanza, con las mejores cifras de ocupación laboral en décadas, el país parece capaz de cortar la espiral de la deuda. Nadie duda, por ejemplo, de que existen numerosos gastos estatales, federales y locales, programas de todo tipo, duplicidades, agencias, etc., que podrían y tendrían que recortarse o suprimirse por una cuestión de estricta eficacia.
Pero tampoco nadie está dispuesto a que los recortes afecten a su Estado o su ciudad, y menos que nadie los congresistas y senadores, conscientes de que su escaño depende del nivel de satisfacción de unos electores generalmente opuestos a los recortes de inversiones y recursos en su circunscripción. Hace tiempo que los economistas alertan de la posibilidad de que el endeudamiento público, empresarial y privado, que adquiere proporciones de burbuja, explote en una crisis similar a la de 2008, causada por las hipotecas de alto riesgo. Se estima que cada ciudadano de EE UU debe de media 66.595 dólares y que la deuda por contribuyente es de 179.464 dólares. Si le añadimos la deuda federal, de la que resulta imposible sustraerse, las cifras son descomunales: 219.435 dólares por ciudadano y 856.127 dólares por familia. Si aplicamos el microscopio y atendemos a las particularidades e idiosincrasias del país descubrimos que la deuda generada por los préstamos a los estudiantes, muchos de ellos incapaces de acceder a los carísimos estudios superiores sin hipotecarse durante décadas, supera el billón de dólares. Las tarjetas de crédito reclaman un billón en deudas y las hipotecas y préstamos bancarios otros 15 billones. Los gastos sanitarios, primera causa de ruina familiar, han provocado a su vez que 79 millones de ciudadanos de EEUU tengan dificultades para pagar sus facturas sanitarias y/o estén directamente endeudados con las aseguradoras. En un país donde no es raro que cada miembro de una familia pague unos 500 mensuales por unos seguros que incorporan la fórmula del copago y, para colmo, rara vez proporcionan todos los servicios.
Donald Trump, que llegó a la Presidencia de EE UU prometiendo acabar con la deuda en dos mandatos, la está aumentando a un ritmo sostenido de un billón al año. Para recortarla, y estimular la economía, logró sacar adelante en 2018 una reforma fiscal de gran calado. Entre otras medidas el tope que tributan las empresas ha bajado del 35% al 21%, y el tipo máximo para los particulares ha quedado fijado en el 37%. El problema, como recordaba Kimberly Amadeo en «The Balance», consiste en que «de acuerdo con la curva de Laffer, los recortes de impuestos solo contribuyen a la disminución de la deuda cuando los impuestos están por encima del 50%. Funcionó durante la administración Reagan porque la tasa impositiva más alta era del 90%», pero éste no era el caso, ni remotamente, cuando Trump alcanzó la Presidencia. De todas, el 29% de subida de la deuda que dejará al terminar su mandato palidece frente al 54% de aumento que dejó George H.W. Bush, el 74% de Barack Obama, el 101% de George W. Bush y el 186% de Ronald Reagan.
En atención a Obama, cabría subrayar que llegó a la Presidencia en mitad de una crisis bancaria sin precedentes y que en cualquier caso sus números palidecen frente a los del presidente Franklin D. Roosevelt, que aumentó la deuda en un 1.000% a causa de la Gran Depresión y el subsiguiente «New Deal», primero y, después, por culpa de la II Guerra Mundial. Si atendemos a la serie histórica, podría afirmarse que la situación empezó a complicarse a partir de 2001, cuando la deuda nacional era de unos cinco billones de dólares. Desde entonces, se ha multiplicado por cuatro, para superar los 21 billones de dólares cuando en 1989 estaba por debajo de los tres billones. Entre 2000 y 2019, la base monetaria ha crecido un 456% y la oferta de dinero en un 212%. Para entender la magnitud de la deuda en EE UU bastaría con recordar que supera a la de cualquier otro país del mundo y que sólo encuentra parangón en la deuda combinada de todos los países de la UE. Las perspectivas no podrían ser menos optimistas si tenemos que cuenta que EE UU ha aprovechado sistemáticamente el colchón de la seguridad social para hacer frente a la mayoría de sus vencimientos. Pero al igual que sucedió antes en Japón y la UE, los cambios sistémicos en la pirámide demográfica ahogarán el imprescindible recurso, provocando que tarde o temprano que la seguridad social también entre en números rojos. La única manera de atajar la espiral de una deuda incontrolada pasa por subir ciertos impuestos y recortar los gastos. Posiblemente, una combinación de ambas medidas. Pero sucede que el país y sus necesidades, y los intereses de la clase política, caminan en dirección opuesta. Quizá , nada resulte más preocupante que la opinión del propio Trump. Según la revista "The Daily Beast", el presidente, reunido con sus asesores económicos, pasó revista a la situación de la deuda y descontó cualquier problema... suyo. Opina que faltan unos cuantos años para que explote la burbuja. Cuando suceda, dicen que dijo, "yo ya no estaré aquí"